Para Flanagan obra y vida fueron la misma cosa. Aquejado de fibrosis quística desde su nacimiento, la enfermedad se convirtió en el centro de su vida y, en consecuencia, de su obra. En lugar de ceder a la enfermedad y dejarse morir poco a poco, Flanagan resistió y se hizo fuerte a través del dolor. Paradójicamente, el dolor estaba vinculado en su caso más con la vida que con la muerte. El dolor lo hacía sentir vivo. Era una herramienta para recuperar momentáneamente la soberanía sobre su cuerpo, arrebantándoselo durante unos instantes a la fibrosis quística. Una soberanía que, de nuevo paradójicamente, fue experimentada a través del masoquismo. La sumisión y la conversión en objeto de deseo del otro, el abandono era para Flanagan una manera de "hacerse fuerte", un "empoderamiento" del sujeto; un abandono voluntario en el que uno, desposeído de voluntad propia, experimenta placer a través de lo más bajo. Como sugería Georges Bataille, entre lo más alto y lo más bajo, entre lo sublime y lo abyecto, entre la soberanía y el abandono, apenas hay distancia.
Siendo esto realmente importante en la obra de Flanagan, una de las cosas que siempre me han llamado poderosamente la atención de su propuesta es su tremenda coherencia. Y sobre todo su capacidad de resistir hasta el final de la representación. Como es conocido, Flanagan convirtió su enfermedad y su proceso de muerte en espectáculo, en obra de arte. Ningún artista ha llegado tan lejos. Muchos se le han aproximado, pero siempre hay un momento en el que la representación finaliza. Un momento en el que la performance, la actuación, no puede seguir, un "no va más" que pone de nuevo las cosas en su sitio. Aunque sea de modo simbólico, los artistas suelen frenar en algún momento, cuando su vida peligra realmente, cuando se pasan de la raya, cuando el sujeto de la representación corre, de verdad, el peligro de convertirse en objeto, es decir, en puro cadáver. Chris Burden, Marina Abramovic, Gina Pane, Ron Athey y otros muchos han bordeado los límites del riesgo y el dolor, pero ninguno ha llevado hasta el punto de no retorno su acción. Hay siempre una suerte de contención en la acción, un quedarse cerca pero no pasarse de la raya, aunque a veces la raya apenas sea visible y sea muy difícil saber dónde está.
Pero Bob Flanagan llegó. Consiguió plantarse en el final de la representación. Aunque ya no fue consciente de eso. Incluso se podría decir que atravesó la representación. Una representación que sigue aunque el artista se haya convertido en objeto, ya que el cadáver mismo, lo más obsceno (aquello que, supuestamente, está "fuera-de-la-escena") sigue siendo parte de la misma representación iniciada por el sujeto. En el entierro, en los restos, en el testamento... su pareja-dominatrix Sheree Rose sigue manteniendo el telón abierto.
En cierta manera, se podría afirmar que la identificación entre vida y obra, que se inicia con el dandismo del XIX, y que es parte de la mitología del artista moderno, llega con Bob Flanagan a su clímax absoluto. Obra, vida y, sobre todo, muerte se convierten en este artista en una misma cosa. Es entonces, verdaderamente, cuando todas las fronteras se vienen abajo, cuando se evapora todo sentido, cuando se produce la verdadera muerte del arte en tanto que muerte del artista. O quizá habría que pensarlo al revés, cuando el arte trasciende la propia muerte del artista. Sin duda, el cadáver de Flanagan es su gesto más radical. Un gesto que, en el fondo, ya no es el de un sujeto, sino el de un objeto. Un objeto inerte en la escena artística. O lo que es lo mismo: un ready made.
Info: http://nohalugar.blogspot.com.es/2009/11/bob-flagan-la-muerte-como-ready-made.html
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viernes, 28 de febrero de 2014
Sick - Vida y muerte de Bob Flanagan, supermasoquista
Para Flanagan obra y vida fueron la misma cosa. Aquejado de fibrosis quística desde su nacimiento, la enfermedad se convirtió en el centro de su vida y, en consecuencia, de su obra. En lugar de ceder a la enfermedad y dejarse morir poco a poco, Flanagan resistió y se hizo fuerte a través del dolor. Paradójicamente, el dolor estaba vinculado en su caso más con la vida que con la muerte. El dolor lo hacía sentir vivo. Era una herramienta para recuperar momentáneamente la soberanía sobre su cuerpo, arrebantándoselo durante unos instantes a la fibrosis quística. Una soberanía que, de nuevo paradójicamente, fue experimentada a través del masoquismo. La sumisión y la conversión en objeto de deseo del otro, el abandono era para Flanagan una manera de "hacerse fuerte", un "empoderamiento" del sujeto; un abandono voluntario en el que uno, desposeído de voluntad propia, experimenta placer a través de lo más bajo. Como sugería Georges Bataille, entre lo más alto y lo más bajo, entre lo sublime y lo abyecto, entre la soberanía y el abandono, apenas hay distancia.
Siendo esto realmente importante en la obra de Flanagan, una de las cosas que siempre me han llamado poderosamente la atención de su propuesta es su tremenda coherencia. Y sobre todo su capacidad de resistir hasta el final de la representación. Como es conocido, Flanagan convirtió su enfermedad y su proceso de muerte en espectáculo, en obra de arte. Ningún artista ha llegado tan lejos. Muchos se le han aproximado, pero siempre hay un momento en el que la representación finaliza. Un momento en el que la performance, la actuación, no puede seguir, un "no va más" que pone de nuevo las cosas en su sitio. Aunque sea de modo simbólico, los artistas suelen frenar en algún momento, cuando su vida peligra realmente, cuando se pasan de la raya, cuando el sujeto de la representación corre, de verdad, el peligro de convertirse en objeto, es decir, en puro cadáver. Chris Burden, Marina Abramovic, Gina Pane, Ron Athey y otros muchos han bordeado los límites del riesgo y el dolor, pero ninguno ha llevado hasta el punto de no retorno su acción. Hay siempre una suerte de contención en la acción, un quedarse cerca pero no pasarse de la raya, aunque a veces la raya apenas sea visible y sea muy difícil saber dónde está.
Pero Bob Flanagan llegó. Consiguió plantarse en el final de la representación. Aunque ya no fue consciente de eso. Incluso se podría decir que atravesó la representación. Una representación que sigue aunque el artista se haya convertido en objeto, ya que el cadáver mismo, lo más obsceno (aquello que, supuestamente, está "fuera-de-la-escena") sigue siendo parte de la misma representación iniciada por el sujeto. En el entierro, en los restos, en el testamento... su pareja-dominatrix Sheree Rose sigue manteniendo el telón abierto.
En cierta manera, se podría afirmar que la identificación entre vida y obra, que se inicia con el dandismo del XIX, y que es parte de la mitología del artista moderno, llega con Bob Flanagan a su clímax absoluto. Obra, vida y, sobre todo, muerte se convierten en este artista en una misma cosa. Es entonces, verdaderamente, cuando todas las fronteras se vienen abajo, cuando se evapora todo sentido, cuando se produce la verdadera muerte del arte en tanto que muerte del artista. O quizá habría que pensarlo al revés, cuando el arte trasciende la propia muerte del artista. Sin duda, el cadáver de Flanagan es su gesto más radical. Un gesto que, en el fondo, ya no es el de un sujeto, sino el de un objeto. Un objeto inerte en la escena artística. O lo que es lo mismo: un ready made.
Info: http://nohalugar.blogspot.com.es/2009/11/bob-flagan-la-muerte-como-ready-made.html
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